VIRTUDES DE UN ENCIERRO
Nadie, tal vez, ni el más apocalíptico de los escritores, pudo imaginar la situación por la que se está pasando, en pleno siglo XXI, estar encerrados en nuestros hogares por culpa de una amenazante pandemia que a hoy, tiene casi que a todos los países del mundo aterrorizados.
Con nuestras actividades normales semiparalizadas, y con nuestros hogares convertidos en oficinas, sea del caso reflexionar qué tan bueno han sido los encierros: El genial periodista bogotano Lucas Caballero Calderón, conocido con el remoquete de KLIM, pasó casi que los últimos 15 años de su vida encerrado en su apartamento de Chapinero en Bogotá, desde donde lanzaba -como dardos – sus columnas contra la clase política de Colombia, enfundado en una bata y en pantuflas. Y José Saramago, el escritor portugués, ya fallecido, criticaba acérrimamente a la sociedad de consumo, enrostrando como los centros comerciales eran las catedrales del mundo moderno.
Y Bogotá, curiosamente, ha vuelto a ser esa ciudad bucólica de finales del siglo XIX, donde se ven zorros en las calles, y los nevados del Ruiz y del Tolima se han alcanzado a divisar, algo que muchos solo vimos en pinturas y acuarelas, y donde como lo expondría Cordovez Moure en sus reminiscencias, era una ciudad callada, monótona, donde lo único que la sacaba de ese marasmo, era los repiques de las campanas llamando a misa, o los autos de semana santa, muy distinta a la Bogotá antes del 19 de marzo. En Neiva se han visto Zarigüeyas andar por las calles; en el municipio de Toro Valle, se han divisado Dantas deambular muy cerca del perímetro urbano del municipio; y en Cartagena, delfines nadar y saltar muy cerca de la ciudad.
La deuda histórica del hombre con el medio ambiente, se ha visto casi que reflejada en estos hechos, Tuvo que pasar esta emergencia para que el hombre, auténtico autor de la masacre ambiental, tuviera que encerrarse para que la fauna amenazada volviera a sus territorios.
Finalmente, este encierro puede que no sea tan malo, y a pesar de las malas cifras de la economía nos reencontremos como personas, y le paguemos al medio ambiente, esa deuda histórica de tantos siglos de daños irreversibles.
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