DEL DÍA EN QUE CONOCÍ A “OLÉCRANON”
“El nitrógeno presente en nuestro ADN, el calcio de
nuestros dientes, el hierro de nuestra sangre, el carbono
en las tartas de manzana… todos fueron creados en el
interior de estrellas que chocaron entre sí. Estamos
hechos del material de las estrellas.” Carl Sagan
Un 22 de diciembre, me levanté con los primeros rayos del sol, con un único propósito: Disfrutar del ambiente decembrino y comprar unas empanadas de harina con queso, espolvoreadas con fino azúcar blanco que serían compartidas con la familia esa noche, en el marco de una reunión para leer algo de la historia del nacimiento de Jesús y cantar uno que otro villancico. De hecho, había anunciado a la parentela con mucho entusiasmo y anticipación tan navideña invitación. Así, que todo pintaba muy bien.
Pero, como dice el viejo y conocido adagio popular: “Una cosa piensa el burro y otro el que lo arrea”. Porque, el universo tenía trazado algo distinto para mí: Salí de casa, con el ánimo de siempre, y la alegría que trae esa época; mas cuando ya estaba cerca del centro de la ciudad, al cruzar una esquina, en milésimas de segundos, un hombre con su moto, me botó al piso, en un intento frustrado por llevarse un pequeño bolso de cuero que no tenía gran fortuna, sino lo del convite y una pequeña sombrilla negra envejecida por la lluvia y el sol.
Ya una vez, en urgencias, el médico general ordenó, conforme al protocolo, la práctica de una radiografía del codo derecho. Desde luego, el examen se hizo con suma rapidez y con la entrega de los resultados, sentí cierta ansiedad, nerviosismo y preocupación por saber qué me había pasado; temía una fractura del codo derecho, ya que éste había recibido todo el peso del cuerpo en la caída. Y, ciertamente, acerté; se trataba de una: “Fractura de trazo oblicuo de olécranon no desplazada”. Fue entonces cuando fui verdaderamente consciente del desafío que me imponía la vida. Y también cuando empecé a interesarme por “olécranon”.
Según supe por Wikipedia: “La palabra «olecranon» viene del griego olene, que significa codo, y kranon, que significa cabeza”. Se trata de un hueso tan importante que ningún movimiento del brazo puede realizarse sin su ayuda. En efecto, muchos movimientos diarios que juzgamos como sencillos tienen que ver con él, como: Alzar la mano para tomar el taxi, vestirse, cambiarse de ropa, peinarse, cepillarse los dientes, escribir, comer, bañarse etc… En general, casi todos los hábitos cotidianos.
Lo siguiente, después de la toma del examen de rayos x, sería conocer el concepto del ortopedista y cuál el procedimiento a seguir. Para ello, hube de acudir al día siguiente, a primera hora, al Hospital Departamental. Curiosamente, mientras lo esperaba, por uno de los parlantes se podía escuchar la novena del día número octavo, con las oraciones, las consideraciones y los villancicos de antaño. Oírla fue una plácida anestesia, sentí una enorme emoción, alegría y esperanza.
En ese entretanto, en la sala de espera, supuse que el ortopedista sería un hombre de mediana edad, de cabello nevado y adusto semblante. Porque, justamente, ese era el estereotipo del profesional que había imaginado en mi cabeza. Pero no acerté, porque quien me atendió era un joven carismático, tendría, a lo sumo, 35 años de edad. Y, quien, según pude constatar después en Internet, ostentaba una brillante hoja de vida dentro de la que se destacaba también su vocación por el servicio a la comunidad. No se me olvidará nunca su nombre, David Cabrera. Minutos después de revisar los exámenes, me llamó y me dijo: “Le tengo buenas noticias, no será necesaria una cirugía. Probablemente, en tres meses se recupere.” Después, me indicó el uso de un cabestrillo y las recomendaciones a seguir. Con el tiempo, y a la luz de los conceptos de otros especialistas, su dictamen fue calificado como muy acertado.
Pero con todo, subsistía otra preocupación: Durante muchos años, había soñado con ir al Polo Sur, viajar a Puerto Natales y conocer los glaciares de Balmaceda y Serrano en la Patagonia Chilena. Por fortuna, se salvó el viaje, bajo el compromiso de seguir algunas prescripciones médicas. Y así pudo ser, pese a esa especial circunstancia del brazo derecho.
Después de viajar seis horas en avión, desde Bogotá a Santiago; luego, tres hasta Puerto Natales; y de allí, dos horas en catamarán con destino al Estrecho de Magallanes, llegamos, por fin, a la Antártica Chilena. En ese apoteósico instante, mis ojos fueron testigos del pálido azul más bello del mundo, ese que distinguía a los imponentes glaciares de Balmaceda y Serrano. Tonalidad que contrastaba con el color esmeralda de las lagunas de agua cristalina que los circundaban. Respirar el aire fresco de ese apacible lugar, no solo oxigenó mis pulmones, sino que también trajo un aire de renovación para mi espíritu y mi alma.
Hoy, cuando escribo este blog, se cumplen tres meses desde que supe de la existencia de “olécranon”. Miro al espejo retrovisor y hago un balance de todo lo aprendido, vivido y superado. Y más allá de saber que existen ángeles como: La familia, los amigos, los médicos y tantos seres de buena voluntad. Y de haber aprendido a escribir y a comer con la mano izquierda. Me asombra haber visto y sentido cómo el cuerpo humano es una obra perfecta de ingeniería que puede restaurarse y renovarse por sí sola. Nuevos tejidos juntaron lo que se habría separado. La fractura es cosa del pasado, y “olécranon” volvió a estar como nuevo.
Descubrí, como dice Sagan, que nuestros huesos están hechos del material de las estrellas; que somos parte de un universo –y, con él, de sus avatares-, de un todo y, que, es ese todo, el que nos salva.
¡Olé, Olécranon¡
Reply