“Corona de sabiduría, son las canas”

Por: Gloria Dorys Álvarez García,Doctora en Derecho de la Universidad Externado de Colombia y Licenciada en Filosofía y Letras de la Universidad de Nariño.

“En la juventud aprendemos, en la vejez    entendemos”. –Marie von Ebner Eschenbach

cuentos-cortos latinoamericanos

 Imagen tomada de: https://narrativabreve.com/cuentos-cortos-latinoamericanos

 “Para proteger a nuestros abuelos, hemos decretado el aislamiento preventivo obligatorio de todos los adultos mayores de 70 años” (negrillas fuera de texto), sentenció, el presidente Duque, en su alocución televisiva del 17 de marzo de 2020.

En principio, la medida no tuvo mayor discusión.  Ya que en otros países también había sido implementada. Y aunque no fue recibida con mucha agrado, fue asimilada como necesaria para garantizar la salud propia y la de los demás. Sin embargo, conforme transcurrieron los días con sus noches, la molestia no se hizo esperar.  Fue así, entonces, como se generó, primero, en Francia, luego en Inglaterra, Argentina Portugal y España; un curioso movimiento denominado: “La rebelión de las canas”, que, desde luego, ha tenido eco en Colombia.

De hecho, el columnista Daniel Samper Pizano llegó a la siguiente conclusión:  Prefiero menos vida con más vida en vez de más vida con menos vida”. Y, luego, Humberto de la Calle, criticando la excesiva prolongación de la cuarentena, expresó -aludiendo a Andrés Felipe Arias Leiva-: “Uribito va a quedar libre primero que nosotros.”

Para algunos de los inconformes, el término, “abuelitos”, les ha parecido odioso. Por lo que prefieren que se refieran a  ellos como: “personas de la tercera edad” o “adultos mayores”.  Pero nadie sabe, a ciencia cierta, cuál es esa edad.  La Corte Constitucional ha tratado de dar una respuesta, señalando que será aquella que considere el DANE como esperanza de vida.  Mas no hay una categoría normativa que resuelva el asunto, solo esa orientación jurisprudencial que, finalmente, remite a lo que diga el DANE. 

En ese contexto, surge un  debate, en torno a la siguiente cuestión: ¿Resulta acertado y razonable confinar obligatoriamente a las personas mayores de 70 años, acudiendo al argumento según el cual su supuesta vulnerabilidad, al temido virus, pondría en riesgo su salud y, de contera, su vida?

El argumento más fuerte a favor de este enclaustramiento, concierne al importante cometido de salvaguardar la propia vida y la de los demás, con sustento en el dictamen de los expertos en la ciencia médica, todo un sanedrín de médicos epidemiólogos que lo respaldan, sustentado en cifras estadísticas y estudios científicos que confirman el alto riesgo de “los abuelitos” en el contagio del COVID-19.  

Empero este planteamiento es insuficiente, solo da fundamento a la recomendación de la no exposición física. Y de ningún modo de él se sigue que el objetivo deba lograrse de manera coercitiva.  Es decir, que deba hacerse de manera obligatoria.  He allí su pecado, acudir al miedo como instrumento de poder, a fin de coaccionar a un grupo de personas para que obren de una determinada manera. Con el agravante de incurrir en una contradicción: “proteger”, limitando el derecho al libre desarrollo de la personalidad y el derecho a la locomoción. En otras palabras: “Porque te quiero, te aporreo.”

Así, infundir miedo o temor a la muerte por el “virus que corona” , se muestra como la mejor estrategia política y  herramienta de los gobiernos para contenerla a la fuerza; focalizarse en la patogénesis (estudio de las razones por las que las personas se enferman), en vez de centrar sus esfuerzos en la salutogénesis (estudio de las razones por las que un individuo se mantiene saludable). 

Hubiera sido mejor, y más acorde con la dignidad que representan, por su valiosa experiencia, conocimientos y saber; que se les hubiera permitido realizar una elección de quedarse en casa libre de apremios como resultado del ejercicio de  la autonomía de su voluntad.  Y en esa razón, me pregunto: ¿Si no podemos confiar en el buen juicio y  la sabiduría de los viejos, para decidir qué les conviene y qué no, entonces en quién podemos confiar?

De allá de donde vengo, donde “el verde es de todos los colores”, como en otros lugares del mundo, los abuelos simbolizan la máxima autoridad de la familia y de la comunidad. Su sapiencia es admirada y reconocida.  Se obedecen sus órdenes sin rechistar.  Son un tesoro por el cúmulo de conocimientos que poseen sobre: la naturaleza del ser humano, la botánica, el estado del tiempo, la tierra y el universo entero.  Aún más, están investidos del poder de bendecir a sus descendientes: se acostumbra, antes de salir de casa, pedir la bendición de los papás, o aún mejor “del papá señor” o de la “mamá señora”.  Después de esta bendición, que reafirma el amor familiar, el bendecido tiene la convicción de estar protegido contra todo mal y peligro.  

Ejemplos sobre el esplendor en “los años dorados” hay muchos, pero por citar algunos, destaco los siguientes: Cervantes tenía casi 58 años cuando escribió “El Quijote de la Mancha” .  José Saramago recibió el premio Nobel de Literatura a los 76 años.  Y ni que decir de la figura descollante de la arquitectura moderna, el famoso arquitecto brasileño, Niemeyer, quien a sus  100 años, sí señores y señoras,  a sus 100 años, estaba tan lucido que diseñó el Museo de Arte Contemporáneo de Niterói (Brasil)

Para cerrar con broche de oro, resulta muy pertinente recordar ese refrán que dictamina: “Más sabe el diablo por viejo, que por diablo”, que aunque no utiliza un lenguaje políticamente correcto, sí acierta en deducir que el paso de los años trae un conocimiento invaluable, muy útil y asertivo que no solo favorece a quien lo posee, sino también, a los demás. De ahí, la metáfora bíblica del sabio Salomón, en su libro de Proverbios: “Corona de sabiduría, son las canas”

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