SU MAJESTAD, EL GATO
Por: Gloria Dorys Álvarez García
“Es una labor muy difícil ganar el afecto de un gato; será tu amigo si siente que eres digno de su amistad, pero no tu esclavo.”
― Théophile Gautie
El sábado 14 de abril de 2002, conocí a Michina, inicialmente, llamada Michin, porque en la tienda de mascotas de la Avenida Caracas, me aseguraron que era un gato. Pero en un viaje en el que visité a mis papás, “que todo lo saben y toda ciencia dominan”, dictaminaron a una sola voz: “Mija, no es un gato, es una gata.”
Cuando llegó a la casa, con tan solo dos meses, en una cajita de cartón, era 80% orejas. Y lo primero que hizo fue correr a refugiarse detrás de la estufa. Fue muy bella, hasta el final de sus días: Una gatita siamés de ojos azules, como bolas de cristal, que contrastaban con el castaño oscuro de la punta de su cola, orejas y patas; aunque debo confesar que cuando la bañaba su belleza resultaba un tanto difícil de entender. De ahí comprendí ese odioso dicho: “Tiene más presencia un gato mojado”. Era de una fina elegancia y jamás la vi comportarse inapropiadamente, haciendo las pilatunas características de los gatos del común, como: colgarse de las cortinas o subirse a la mesa. Gran compañera de noches y días; en especial de las noches. Vivió para alegrarme 17 años. Hoy, sus cenizas reposan debajo de un bello pino que circunda la casa de mi madre. Y cuando voy a visitarla, aprovecho para sentarme en la hierba, meditar y disfrutar de una infinita paz.
Hace poco, me enteré que la ailurofilia es el amor por los gatos o felinos, cuyo origen etimológico proviene del griego ailuros que significa gato, y philos que se traduce como amor. Y que esta palabra es contraria a ailurofobia, que es el miedo o la repulsión a los gatos u otros felinos.
Los gatos son criaturas fascinantes, mágicas, producen un gran asombro estético por su silueta, e impresionan, por la crueldad con la que tratan a sus desdichadas presas, su flexibilidad y fluidez de sus movimientos, sus siete vidas, su sigilo, su misterio; y su mirada fija y tan profunda que pareciera desentrañar hasta nuestros pensamientos más íntimos y ocultos. Difícil sostenerle la mirada a un gato. Pero nada más placentero que llegar a casa, verlos, oír su ronroneo y acariciar su suave pelaje, y comprobar que Víctor Hugo tenía toda la razón cuando sentenció: “Dios hizo el gato para ofrecer al hombre el placer de acariciar un tigre.»
La historia da cuenta que ellos han producido toda clase de sentimientos, desde su total veneración o adoración, como un símbolo sagrado en el Egipto antiguo o como un símbolo místico y de buena suerte en el Japón, representado por el gato maneki-neko –el símbolo de Foto Japón-; hasta su aversión, cuando en la edad media eran quemados en hogueras por asociarlos a espíritus malignos, y utilizados en ritos de hechicería en los aquelarres de las brujas.
Y aunque en los años 80 fueron acusados de trasmitir toxoplasmosis a las mujeres embarazadas, muy pronto la ciencia médica desvirtuó este mito. Por lo que este prejuicio fue ampliamente superado, prefiriéndolos por la facilidad de su cuidado y la no exigencia de grandes espacios. De ahí que actualmente resulte muy común verlos, espiando, a través de las ventanas de muchas casas y apartamentos. Por algo se dice: “La curiosidad mató al gato”. Y si usted quiere saber cuál es el mueble más cómodo de la casa, es fácil saberlo, el gato estará plácidamente echado sobre él.
Gatos famosos en historietas, series animadas y cuentos infantiles hay muchos, por citar algunos como: Garfield, abullonadito, anaranjado y compulsivo comensal de lasaña; Félix, conocido por su gran maletín en el que todo cabe, como el de algunas señoras; Gaturro, reconocido por recibir los constantes desplantes de su gran amor, Agatha; Tom por las eternas peleas con el ratón Jerry; el Gato de Cheshire de Alicia en el País de las Maravillas; y el astuto Gato con Botas, a quien todos quisiéramos tener como mascota para sacarnos de la pobreza.
No solamente los gatos han servido para recrear, sino también para proporcionar una singular compañía e inspiración en la producción de las obras de arte y de literatura. Particularmente, llama la atención la relación de complicidad y compañerismo surgida entre aquellos y los grandes escritores:
En efecto, el premio Nobel, Ernest Hemingway, quien llegó a tener hasta 50 gatos; en una carta personal contaba con tristeza cómo tuvo que sacrificar a su gato Uncle Willie, después de haber sido atropellado. También, Alejandro Dumas tuvo dos gatos: Misouff I y Misoufft II, este último su favorito, pese a que en una ocasión se comió a todos los pájaros exóticos de su casa. Tampoco fue ajeno a la seducción felina, Charles Dickens, quien tuvo una gata llamada William, a la que rebautizó con el nombre de Willamina, pues, sucedió algo parecido con mi Michina; se dio cuenta que era una hembra cuando el supuesto macho parió una camada de gatitos. Al igual, Mark Twain fue fascinado por el encanto de: Apollinaris, Belzebub, Blathherskite, Buffalo Bill, Satán, Sin y Sour Mash. También, Lord Byron, quien tuvo cinco gatos con los que incluso solía viajar, entre ellos, Beppo, cuyo nombre fue recogido por Borges para bautizar al suyo. Igualmente, Edgar Allan Poe tenía a Catarina, a quien le gustaba sentarse en su hombro, mientras él escribía, e inspiró la obra “The black cat”. Así mismo, Víctor Hugo tuvo a Chanoise y Mouse. Lo propio, aconteció con la escritora francesa, Sidonie Gabrielle Colette, quien vivió rodeada de gatos como: Mini-Mini, Muscat, Cleopatra, Semírámis, Saha, esta última fue la protagonista de la más famosa de sus novelas: «La gata», que narra una historia de amor, celos y terrible venganza. Del mismo modo, en la vida de Jorge Luís Borges, existieron dos gatos: Odín y su amado Beppo. También, Cortázar se declaró amante confeso de estas peludas criaturas y escribió rodeado de ellos. Y Doris Lessing, Premio Nobel de Literatura en el 2007, escribió el libro: “Gatos muy distinguidos» en el que narra las historias vividas con sus pequeños felinos.
La pregunta que surge, entonces, es: ¿cuál es la razón para que gatos y escritores se lleven tan bien? Quizá porque, de cierto modo, entre los dos existe un grado de empatía en cuanto a su soledad e individualidad. Y, talvez, porque la creatividad demanda largas horas, silencio y una especie de “soledad acompañada”, que solo puede obtenerse de tan singular felino. Quien está allí no para distraerlo, sino para inspirarlo con su majestuosa belleza y misterio.
En fin, lo que hay que decir sobre estos encantadores mininos resulta inconmensurable, por lo que tendré que dejar este blog en este punto, para no cansar a los queridos lectores. No sin antes concluir que el gato llegó a la vida del hombre para seducirlo, entretenerlo, acompañarlo. Pero, sobre todo, para darle una lección: La genuina amistad no significa dominación, servilismo o posesión, sino el sagrado respeto a la libertad, individualidad e independencia de cada amigo.
Los dejo, entonces, con el poema, “El nombre de los Gatos”, incluido en el libro de los gatos habilidosos del viejo Possum, en el que Eliot acertadamente describe a su majestad, el gato:
El nombre de los gatos
Ponerle nombre a un gato, no te asombres
es cosa complicada y no banal.
Seguro que piensas que estoy muy mal,
pero es que un gato ha de tener tres nombres.
De ponerle el primer nombre se encarga
la familia. Serán nombres de gente
común: Pedro, Gabriel, Ana, Vicente.
Ya veis, la lista puede ser muy larga.
Claro que algunos prefieren la opción
de emplear nombres más rebuscados
en los eufónicos tiempos pasados:
Electra, Godofredo, Napoleón.
Pero los gatos, que son muy soberbios,
han de emplear apodos contundentes
que les ayuden a ir entre las gentes
con paso firme y sin perder los nervios.
Son nombres que no podrás pronunciar
sin trabucarte: Munkustrap, Walstato,
Bombabulina, Explorer. Cada gato
ostenta así un nombre particular
Queda otro nombre, pero no hay accesos.
Sólo el gato conoce el tercer nombre
y nunca lo dirá a un hombre
por mucho que lo mimen con mil besos.
Así que, cuando un gato ensimismado
contemples, es seguro que, coqueto,
en su mente repite el gran secreto,
como un mantra sagradoimpronunciable
pronunciable
pronuncimpronunciable
inescrutable, hondo, singular,
su Nombre de verdad.