Nadie, tal vez, ni el más apocalíptico de los escritores, pudo
imaginar la situación por la que se está pasando, en pleno siglo
XXI, estar encerrados en nuestros hogares por culpa de una amenazante
pandemia que a hoy, tiene casi que a todos los países del mundo
aterrorizados.
Con
nuestras actividades normales semiparalizadas, y con nuestros hogares
convertidos en oficinas, sea del caso reflexionar qué tan bueno han
sido los encierros: El genial periodista bogotano Lucas Caballero
Calderón, conocido con el remoquete de KLIM, pasó casi que los
últimos 15 años de su vida encerrado en su apartamento de Chapinero
en Bogotá, desde donde lanzaba -como dardos – sus columnas contra la
clase política de Colombia, enfundado en una bata y en pantuflas. Y
José Saramago, el escritor portugués, ya fallecido, criticaba
acérrimamente a la sociedad de consumo, enrostrando como los centros
comerciales eran las catedrales del mundo moderno.
Y
Bogotá, curiosamente, ha vuelto a ser esa ciudad bucólica de
finales del siglo XIX, donde se ven zorros en las calles, y los
nevados del Ruiz y del Tolima se han alcanzado a divisar, algo que
muchos solo vimos en pinturas y acuarelas, y donde como lo expondría
Cordovez Moure en sus reminiscencias, era una ciudad callada,
monótona, donde lo único que la sacaba de ese marasmo, era los
repiques de las campanas llamando a misa, o los autos de semana
santa, muy distinta a la Bogotá antes del 19 de marzo. En Neiva se
han visto Zarigüeyas andar por las calles; en el municipio de Toro
Valle, se han divisado Dantas deambular muy cerca del perímetro
urbano del municipio; y en Cartagena, delfines nadar y saltar muy
cerca de la ciudad.
La
deuda histórica del hombre con el medio ambiente, se ha visto casi
que reflejada en estos hechos, Tuvo que pasar esta emergencia para
que el hombre, auténtico autor de la masacre ambiental, tuviera que
encerrarse para que la fauna amenazada volviera a sus territorios.
Finalmente,
este encierro puede que no sea tan malo, y a pesar de las malas
cifras de la economía nos reencontremos como personas, y le
paguemos al medio ambiente, esa deuda histórica de tantos siglos de
daños irreversibles.
“En el fondo de todo adulto yace un niño eterno, en continua formación, nunca terminado, que solicita cuidado, atención y educación constantes. Esta es la parte de la personalidad humana que aspira a desarrollarse y a alcanzar la plenitud.” Carl Gustav Jung
Una lluviosa mañana, del 29 de julio de 2014, me dirigía al trabajo, en medio de la habitual congestión del tránsito de Bogotá. No obstante, mientras veía el movimiento de las plumillas en el parabrisas una y otra vez, hubo algo que interrumpió esa observación”, al escuchar en la radio una noticia totalmente inédita: El juez de familia de la ciudad de Rosario (Argentina), Ricardo Dutto, había zanjado una disputa de los padres de dos niños de 6 y 12 años de edad, obligándolos a leer, en familia: la Convención sobre los Derechos del Niño y las obras literarias: Ética para Amador de Fernando Savater y El Principito de Antoine de Saint Exupery.
Después de escuchar tan curiosa noticia, razoné que era apenas comprensible que se hubiera ordenado la lectura de esa Convención, para garantizar que, a partir de su cabal conocimiento, los padres pudieran respetar y garantizar los derechos de los infantes. Y en cuanto concierne al texto de Savater, juzgué como muy conveniente su lectura por tratarse de un libro sobre la filosofía del buen vivir, que podría contribuir a mejorar las relaciones familiares, pero ¿por qué El Principito?
Pues bien, El Principito, publicado en 1943 y traducido en más de 250 idiomas, constituye una espléndida obra literaria con contenido filosófico y poético que describe la historia de un piloto, cuyo avión ha sufrido una avería en el desierto del Sahara. El narrador, que es el mismo piloto, recuerda un episodio de su niñez en el que dice haberse sentido muy solo e incomprendido por el mundo adulto: “Mi dibujo no representaba un sombrero. Representaba una boa que estaba digiriendo un elefante. Así que dibujé el interior de la boa a fin de que las personas mayores pudiesen entenderlo. Siempre necesitan explicaciones”.
Una
mañana, así como de la nada, apareció un niño de dorada
cabellera, bufanda roja y abrigo azul. Como todos los niños, el
Principito, era muy espontáneo, curioso, creativo, imaginativo,
sincero, pero sobre todo un gran maestro de la filosofía de la vida.
Procedía
del Asteroide B-612, donde tenía una rosa que cuidar y tres volcanes
que limpiar. Sin embargo, un día discutió con su rosa y tal fue su
molestia que abandonó su planeta para explorar siete planetas. Antes
de llegar a la tierra, había estado ya en seis. En cada uno había
conocido a un personaje representativo de los defectos, excesos y
debilidades de los adultos, a saber: El rey obsesivo por el poder, el
vanidoso, el bebedor, el hombre de negocios, el farolero que
desempeñaba un trabajo que no le gustaba e ignoraba por qué lo
hacía, y el geógrafo, a quien le interesaba conocer todo, menos, su
mundo. Y, desde luego, al visitar la tierra, halló algo de todos.
Por lo que el Principito exclamó: “La
Tierra no es un planeta cualquiera! Se cuentan en él ciento once
reyes (sin olvidar, naturalmente, los reyes negros), siete mil
geógrafos, novecientos mil hombres de negocios, siete millones y
medio de borrachos, trescientos once millones de vanidosos, es decir,
alrededor de dos mil millones de personas mayores.”
En
ese recorrido, El Principito, describe cómo la adultez se aleja de
los valores esenciales de la vida, para dar paso a lo cuantificable y
tangible. De ahí, esta frase: “A
los mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo
amigo, jamás preguntan sobre lo esencial.”
El
Principito es una obra que acude a la metáfora del viaje de la niñez
hacia la adultez y de ésta a la niñez, en la que el diálogo se
construye con una misma persona, pero con dos roles diferentes.
Pues, el Principito es la persona del piloto solo que cuando era
niño. Es ese niño interior del aviador que, al terminar la novela,
el adulto añora volver a ver: “Mirad
atentamente este paisaje para que estéis seguros de poder
reconocerlo si viajáis alguna vez por África, por el desierto. Y
si por casualidad pasáis por allí, os pido por favor que no os
apresuréis, ¡esperad un poco, justo debajo de la estrella! Si
entonces un niño se os acerca, si ríe, si tiene pelo de oro, si no
contesta cuando le preguntáis algo, adivinaréis enseguida quién
es. Por favor, sed amable y no me dejéis tan triste: escribidme
enseguida y decidme que ha vuelto…”
Carl
Gustav Jung, psicólogo y siquiatra suizo, introdujo las bases de lo
que hoy se conoce como el niño interior, a través de su concepto
del “motivo
del niño”,
entendido como la representación del aspecto preconsciente de la
infancia. Por tanto, el niño interior corresponde a ese conjunto de
recuerdos, experiencias y emociones que perviven en nuestro
inconsciente.
En
ese contexto, a pesar de que El Principito está catalogado como una
obra de la literatura infantil. Está escrito para los adultos que
desean redescubrir el niño interior que anida en las profundidades y
resquicios de su subconsciente. E induce a que los mayores nos
cuestionemos: ¿En qué momento y por qué abandonamos los más
bonitos valores y cualidades de niños y niñas, ¿fue acaso, el día
en que empezamos a creer que el sinónimo de responsabilidad era el
de amargura, aburrimiento y total desdén por la simplicidad de la
vida? Será, entonces, que si extrapolamos, nuestra reflexión sobre
esta transformación del alma humana, al razonamiento de Rousseau,
“el
hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe”,
debemos inferir que en el proceso de transformación de niño a
hombre: “El
hombre nace alegre, pero la adultez lo vuelve amargo y aburrido?
Uno
puede leer y releer muchas veces El Principito, pero siempre sus
frases cargadas de sabiduría y verdad tocarán nuestro corazón. Es
imposible no identificarnos con ese encantador niño, y dejar de
trasladarnos a los días mágicos de la infancia.
Alguna
vez fuimos esos seres que dibujamos y coloreábamos sin importar lo
bien o lo mal que lo hiciéramos; los que disfrutábamos de la
fantasía y podíamos convertirnos en un héroe o heroína con súper
poderes; los que creíamos en Papá Noel, a pesar de saber
racionalmente que no existía y que era una invención publicitaria
de Coca-Cola; los que peleábamos, pero fácilmente nos contentábamos
y pronto olvidábamos la ofensa; los que, como dice Coelho,
siempre estábamos alegres sin saber por qué; los que teníamos un
alto concepto de la amistad, pues hacíamos nuevos amigos rápidamente
para aprender, jugar y divertirnos, y si el amigo se iba, rompíamos
en un llanto inconsolable; los que nos moríamos de la risa, jugando
al trineo; los seres curiosos, que poníamos en aprietos a papás y
maestros, para responder al por qué de todas las cosas; esos niños
y niñas tiernos e ingenuos para quienes el tiempo y la agitación no
existía; y aquellos que se maravillaban, y no ocultaban su asombro
con la lluvia, las puestas del sol y el universo entero.
Justamente,
a mi mente llega una anécdota en la que funjo como protagonista de
esa candidez infantil: Una noche, cuando tenía tres años, y ya era
hora de irse a dormir, me quedé observando fijamente a la luna, y
con cara de asombro, comenté: “Mamá,
creo que a papá Dios se le olvidó apagar la luna”.
Finalmente,
frente a la pregunta inicial en torno las razones y motivaciones que
habrían llevado al juez Ricardo
Dutto
a adoptar esta ingeniosa solución judicial, de ordenar la lectura
familiar de El Principito. Pienso que ésta halla sustento en lo que
la filósofa MarthaNussbaum
ha denominado como la “Poética de la Justicia”, que considera a
la literatura como una importante herramienta
en la toma de determinaciones judiciales. También, refleja
el talante de un hombre justo, orientado por una concepción integral
y holística del ser humano, en la que la finalidad de su decisión
no solo propendía por resolver un determinado litigio, sino también
por el crecimiento personal de los padres y su asertiva comunicación
con el mundo infantil de sus hijos, a partir de la praxis y
apropiación de la filosofía de vida a la que amorosamente nos
invita nuestro amigo El Principito. Pues, “Lo
esencial es invisible a los ojos.” (El Principito)
Cuida tu salud y la de los demás. Utiliza tu creatividad para demostrar afecto a los demás. Aprende mucho. Reinvéntate. Ejercítate. No descuides tu presentación personal. Trata de hacer tus días diferentes. Enriquece tus conocimientos. No discrimines a nadie. Ama a los demás y a ti mismo.
El
25 de marzo de este año, el canal CNN registraba la siguiente
noticia:
“El
hijo de la reina Isabel II, heredero del trono, dio positivo por
covid-19. Hasta el momento el príncipe de Gales experimenta síntomas
leves y se encuentra aislado”.
Desde luego, además de sorprender esta noticia, porque pareciera
que la sangre azul no es igual de vulnerable a la del resto de los
demás mortales, se prestó para muchos “memes”
en las redes sociales, entre ellos, el que comentaba cómo si bien la
corona inglesa le había sido esquiva al príncipe Carlos, otro tipo
de corona había llegado a su vida. Por eso, con razón, Nieves,
ingenioso personaje creado por la caricaturista, Consuelo Lago, el
pasado 5 de abril, en El Espectador, concluía: “Ahora
sí todos somos iguales”.
En
Colombia, desde el 6 de marzo, fecha en que se conoció el primer
caso de Covid 19, nuestra vida ya no es la misma. Y para quienes no
somos ni médicos ni trabajamos en el área de la salud, nos embarga
un sentimiento de enorme impotencia y frustración cuando escuchamos
el vertiginoso ascenso del número de las personas infectadas y
fallecidas. La letalidad del virus es contundente y nos intimida.
Por ello, los gobiernos de muchos países han adoptado como una
medida para conjurarlo, el confinamiento.
Pero
en este universo tan complejo, nada parece absoluto. Y cómo, dice
el escritor y pensador español, Ramón de Campoamor y Campo Osorio:
“Todo depende con el cristal que se mire”.
Es así como frente a un mismo hecho, pueden coexistir diferentes
miradas que resulta cada una plausible desde el contexto y la
subjetividad de cada observador. Por consiguiente, un mismo fenómeno
puede ser interpretado bajo una mirada optimista o pesimista. En
efecto, una expresión de la primera corresponde a la filosofía
popular plasmada en el siguiente refrán: “No
hay mal que por bien no venga”,
en el que se sentencia que algo que trae inicialmente: dolor, caos,
desazón o preocupación, puede contener también algo positivo o
constructivo.
Pues,
bien, algunos
de los efectos de la expansión del Covid 19, “el virus que
corona”, y las medidas dispuestas para evitar su propagación,
entre ellas, el aislamiento social, pueden ser apreciados, también,
a través del cristal del optimismo, como una oportunidad de cambio y
renovación a través de algunos aspectos positivos que resalto así:
Autoconocimiento:
Este tiempo nos ha ayudado a realizar un alto en el camino,
conocernos mejor ante una situación atípica como lo es el
aislamiento y establecer las verdaderas prioridades de nuestra vida.
Oportunidad
para reinventarnos y sacar nuestra mejor versión:
Con acierto, dijo Darwin que la especie que sobrevive no es la más
fuerte ni la más inteligente, sino la que mejor se adapta a los
cambios. Y es por esta razón que esta época exige nuestra
renovación, a través de cambios que se sintonicen con esos nuevos
desafíos. Es así como necesariamente debemos dar apertura a
nuestra mente para ajustarnos exitosamente a las transformaciones
que vienen día con día, por ejemplo: interesándonos por descubrir
y aprender a manejar las nuevas herramientas digitales.
Aventurarnos a ejecutar un proyecto, que sabemos somos capaces, pero
que por temor renunciamos a él. O, simplemente, para modificar
algunos hábitos o actitudes que nos impiden ser felices.
Fortalecer
los lazos familiares:
Gracias al encierro podemos compartir más tiempo con nuestra
familia; cocinar juntos; ver películas; conversar sin límites. Y
sobre todo saber más de cada uno. Desde luego, a veces, puede ser
un reto convivir las 24 horas del día con el entorno familiar, pues
cada uno demanda legítimamente su propio espacio. No obstante, la
aplicación amorosa de reglas de respeto y tolerancia de los
espacios propios de cada integrante de la familia y el
reconocimiento de cada individualidad puede facilitar la
convivencia.
Más
tiempo para nosotros:
Si bien, el teletrabajo implica igual responsabilidad y dedicación
que el trabajo presencial, una adecuada optimización del tiempo,
permite dedicarlo para nosotros mismos en tareas muy útiles, tales
como: aprender on
line un
océano de temas que nos interesan,
realizar ejercicio físico a través de tutoriales, meditar,
practicar yoga, gimnasia, leer, escribir o escuchar buena música,
por citar algunos ejemplos. De manera que, en cuarentena, para la
gran mayoría, ya no existe la eterna excusa de: “No tengo
tiempo”.
Retorno
de especies animales y mejoramiento ambiental:
Para nadie es un secreto que la naturaleza funciona mejor en el
silencio y bajo la menor intromisión humana posible. Justamente,
en estos días, las noticias registran el regreso de algunas
especies a la ciudad, verbi
gratia:
un puma recorriendo las calles de Santiago de Chile; Ciervos Sika en
Nara (Japón); mapaches en San Felipe (Panamá) o jabalíes en
Barcelona. El agua de Venecia más clara por la reducción de taxis
de motor, autobuses acuáticos y barcos turísticos. De hecho, en
Bogotá, la calidad del aire ha mejorado tanto que hoy podemos abrir
nuestras ventanas con la confianza de respirar un aire más puro.
Igualmente, los pájaros regresaron para alegrar nuestro despertar.
Así es, desde hace algunos días, desde las 4:30 am, mi reloj
despertador fue reemplazado por el variado repertorio de una Mirla
que canta desde un árbol de Eugenia cercano a mi ventana.
Comunicación
con los viejos amigos y amigas:
El aislamiento ha hecho que le demos mayor valor a la amistad, por
lo que estos tiempos de cuarentena han servido para llamar a esos
entrañables amigos y amigas que siempre han estado en nuestro
pensamiento, pero que habíamos dejado de saludar por la prisa de
cada día.
Despertar
del sentimiento de solidaridad:
Lastimosamente, el actual encierro ha perjudicado también a las
personas más pobres, privándolas de los exiguos ingresos que antes
del confinamiento les servían escasamente para sobrevivir. Sin
embargo, esa situación ha servido para despertar el sentimiento
colectivo de solidaridad, y demostrar la generosidad de los que
tienen mucho, algo o poco. De hecho, algunos de esos nobles actos
dieron lugar a la columna: “El
virus que sacó a flote lo mejor del alma humana”, del
escritor y periodista, Juan Gossaín
Y
aunque resulta innegable que el problema de la pobreza tiene raíces
estructurales, y no basta, como dice el proverbio chino, con dar el
pez sino enseñar a pescar, parece un buen comienzo, entender que la
necesidad del uno es la necesidad del otro y que, por tanto, a todos
concierne en mayor o menor grado procurar su satisfacción.
Resurgimiento
de la espiritualidad:
A diario, algunas personas de manera individual o con sus familias
destinan tiempos especiales, para mantener y fortalecer su vida
espiritual, a través de la oración, la meditación o reflexión
sobre mensajes de amor, fraternidad o esperanza. Un corazón
animado y fervoroso resulta ser un gran aliado en todo tiempo.
Ahora,
si bien, la era post confinamiento implicará esfuerzos personales y
colectivos de índole extraordinario para asegurar un tipo de
estabilidad que seguro tardaremos en lograr. La historia ratifica la
capacidad de resiliencia del ser humano, misma que hizo posible que,
después de la terrible Peste Negra, llegara, en los siglos XV y XVI,
a Europa Occidental, el resplandor del Renacimiento.
Por
tanto, esperemos con optimismo, según el refrán que se ha citado en
el título de este ensayo, que esa transformación que ha llegado con
un virus, sea constructiva en la comprensión del sentido de nuestra
existencia, la verdadera finalidad de nuestro paso por este mundo; y
el auténtico significado de nuestro ser superior, de la familia, de
los amigos, del abrazo, del beso y del calor humano que ahora
añoramos ávidamente, bajo la convicción de que: “Lo
esencial es invisible a los ojos”.
Confieso que desde niña no he logrado entender del todo este refrán: ¿A qué tipo de suerte se refiere?, ¿suerte en el amor?, ¿suerte en la lotería?, ¿suerte en el trabajo? Y ¿Por qué en él se excluye a los hombres?, ¿qué es bello?, ¿qué es feo?, ¿quién lo define y por qué las mujeres se sienten obligadas a seguir ciertos patrones o paradigmas que les impone la moda?
Cuenta Khalil Gibran, en el cuento Vestiduras Un buen día la Belleza y la Fealdad se encontraron a orillas del mar. Y se dijeron la una a la otra: ¡Démonos un baño! Se despojaron, pues, de sus ropas y se sumergieron en las olas. Al cabo de un rato la Fealdad volvió a salir a la orilla, se puso las ropas de la Belleza y siguió su camino. También la Belleza salió del agua, pero no encontró su vestimenta, y como le disgustaba ir desnuda, se puso los vestidos de la Fealdad y continuó su camino. Y hasta el día de hoy las personas confunden a una con la otra. De manera que esta historia pone en evidencia que la belleza y la fealdad -a los ojos de los simples mortales- son muy difíciles de identificar.
En todo tiempo, los hombres y las mujeres han admirado la belleza y rechazado la fealdad, al punto que en la psicología existe una nueva tipología de fobia denominada Cacofobia, que alude al temor a las personas o cosas feas.
Platón, quien sentó los fundamentos de la ciencia de lo Bello, definió la belleza como: despierta . Podría decirse también que el concepto de lo bello concierne a un consenso general, sobre lo que la mayoría califica como agradable, deseable y admirable. De tal manera, que todo lo ajeno a esos parámetros o cánones de carácter convencional se tendrá como feo. Y si extrapolamos esta afirmación a lo que se concibe como la moda, se puede advertir que las diferentes tendencias son aceptadas dependiendo las preferencias de una época específica.
Por citar algunos ejemplos: En la época prehistórica, la belleza estaba asociada a la fertilidad y a la misión de dar a luz, de modo que dentro de las características físicas más importantes de la mujer estaba poseer caderas anchas y pechos muy prominentes; mientras tanto, en la China del siglo X, la belleza fue asociada con los pies pequeños, conocidos como Flor del Loto, pues se estilaba la costumbre, dentro de la clase alta, de vendar los pies de las niñas para evitar su crecimiento y, en consecuencia, se les dificultara caminar, como una manera de limitar su libertad de locomoción. En el siglo XVII, a diferencia de la época actual, los cánones estéticos se decantaron por las mujeres rollizas, de ello dan testimonio las pinturas de Rubens. En el siglo XIX, época Victoriana, se impuso el uso de corsés para resaltar el busto y las caderas, imponiendo la forma del reloj de arena, que provocaba desmayos o incluso la muerte por deformación del tórax; Sin embargo, a principios del siglo XX, Coco Chanel liberó a las mujeres del corsé para darles mayor comodidad e impuso el uso de prendas masculinas como el pantalón y la moda del cabello corto; en los maravillosos 60, llegó la minifalda como
una forma de liberación femenina. En los 90, las mujeres siguen evolucionando en la delgadez, pero bajo las características de actrices como Pamela Anderson, y destacada por sus prominentes labios, pómulos y su generoso busto; y en el nuevo milenio, sobresalen las mujeres extremadamente delgadas, tal y como puede apreciarse en las modelos europeas.
Y recientemente leí que en contraposición a body shaming desde 2007, ha venido desarrollándose el movimiento de aceptación femenina, body positive , un nuevo concepto de estética basado en la naturalidad humana que promueve la apertura y aceptación del cuerpo tal y como es con todos sus defectos, sin importar su formato. Es como un grito de emancipación femenina en contra los ideales de belleza imposibles de cumplir. Pero como todo, criticado por sus detractores, quienes aducen en su contra que esta corriente significa irse al otro extremo por constituirse en una apología al desgreño y negligencia en el autocuidado.
Al margen de las anteriores discusiones y debates sobre la apariencia física de la mujer, debe precisarse si la noción de belleza alude únicamente al aspecto físico o si involucra a algo más profundo, como los sentimientos, valores o principios.
Por citar algunos ejemplos, existen obras en las que sus personajes son aparentemente feos, pero su interior es tan profundamente bello, que no importa su apariencia: En el Jorobado de Notredame, Víctor Hugo describe a Cuasimodo, un campanero, oculto a los ojos de los habitantes de Paris, que tiene el encargo de tocar las campanas de Notredame, quien al lector cautiva por su espíritu tierno y bondadoso. Igual, en la Bella y la Bestia, recreada en dibujos animados por Disney, en el personaje de la Bestia, después de conocer a Bella y enamorarse, aflora sentimientos de humanidad y bondad.
De manera que al analizar estas historias, que viven en el imaginario de todos nosotros, se representan dos tipos de belleza: una física, perceptible a través de los sentidos; y otra, como diría Saint-Exupéry, en su formidable Principito , Al igual, las dos obras coinciden en asignarles a las mujeres el atributo de la belleza, mientras que a los dos protagonistas masculinos, se les asocia con la fealdad física, pero con valores específicos que los engrandecen.
No obstante, en el mundo de la moda, de los medios masivos de comunicación, del internet y las redes sociales se rinde culto a una sola clase de belleza, la que solo puede percibirse con los ojos, y en tal caso no importara incluso si esa imagen resulta real o falsa. Y, de manera predominante, la sociedad le exige a la mujer la sujeción a determinados parámetros estéticos.1
Y para contestar a la pregunta de por qué se exige a la mujer ser bella, debe recordarse que en el concierto de la historia, ésta ha sido el símbolo y la representación de la belleza: De hecho, siempre ha sido objeto de toda clase de artes, como la pintura, la escultura o la poesía. Así, e interroga: ¿qué hubiera escrito Neruda?, ¿Qué habría pintado Picasso?.
Dentro la concepción machista, la mujer es débil y el hombre el fuerte; ella la parte pasiva y él la parte activa; la mujer delicada y el hombre el rudo. Y siempre en la contemplación de lo bello, habrá uno que observa, juzga y aprecia, mientras el otro es observado. De ahí que en esa relación de contemplación, el hombre es el sujeto que juzga lo bello, y la mujer, simplemente, un objeto de admiración.
Además, existe una seudoverdad, son excluyentes. Entonces bajo ese razonamiento, quien es bella no será será dificultad adicional, y es que hoy por hoy se conoce que no existe una inteligencia única sino varias clases de inteligencia: lingüística, lógico-matemática, espacial, musical, corporal y cinestésica, intrapersonal, interpersonal, emocional y social, por citar unos ejemplos. Y por tanto, viene al caso una anécdota muy conocida que se desarrolla en un diálogo entre Einstein y Marlyn Monroe, que pone en evidencia la errónea creencia de que inteligencia intelectual y belleza física son excluyentes, cuando ella le pregunta: «Qué dice profesor, deberíamos casarnos y tener un hijo juntos. ¿Se imagina un bebé con mi belleza y su inteligencia? Pero Einstein respondió seriamente a su propuesta: Desafortunadamente me temo que el experimento salga a la inversa y terminemos con un hijo con mi belleza y su inteligencia».
1 Para una mayor ilustración se puede leer la tesis ¿POR QUÉ SE TOMA LA MUJER POR BELLA? UNA APUESTA POR UNA FILOSOFÍA DE LA BELLEZA FEMENINA de PAOLA ANDREA FERNÁNDEZ ZAPATA, presentada para optar el título de filosofa en la Universidad Javeriana de Cali. en donde entiende a la mujer como la idealización de lo bello.
Entonces, volviendo al dicho popular, con el cual se inició este ensayo ¿La suerte de la fea, la bonita la desea? , además, de sugerir tácitamente la existencia de un sentimiento de envidia y rivalidad entre las mujeres por su apariencia, parte de la idea falsa de acoger como único criterio de belleza, el físico. Noción de belleza que, como se ha visto, además de su enorme complejidad, es muy relativa, porque obedece a disímiles perspectivas y cánones estéticos imperantes en épocas, culturas o lugares determinados. Al igual, en esa lógica, no habría términos medios, ya que podría pensarse que la mujer que no es ni bella ni fea, bajo esa idea de ese aforismo popular, no tiene ni buena, ni mala suerte ; mejor dicho ni siquiera existe.
Por todo lo anterior, me parece no solo desafortunada sino también injusta esa sentencia popular, de que la suerte de la fea la bonita la desea , por lo que prefiero la frase de Sócrates, cuando con gran sabiduría atinó a decir: La belleza de la mujer se halla iluminada por una luz que nos lleva y convida a contemplar el alma que tal cuerpo habita, y si aquélla
En este día, en que se conmemora mundialmente el Día de la Mujer, dejo esta reflexión para que pensemos, redefinamos, qué es lo verdaderamente bello, y por tanto, reformulemos el concepto de la mujer en la historia como mera imagen, criatura débil y pasiva; la comprendamos en su verdadera esencia y significado en la perfecta armonía de sus capacidades, poderes, su ser y su espíritu; en la sinfonía de un universo que fue creado para ser perfecto.
*Doctora en Derecho de la Universidad Externado de Colombia y Licenciada en Filosofía y Letras de la Universidad de Nariño.
Tengo
que confesar que algunas de las cosas que más me gusta disfrutar y
que no me canso de hacerlo, es contemplar ese bello espectáculo
llamado lluvia. No importa donde esté, siempre me suscitará mucha
curiosidad y en lo posible trato de salir a la ventana para
apreciarla por un buen rato.
Nada
como después de terminar una agotadora jornada; ponerme una pijama
calientita; tomar un vaso de leche; sumergirme en las abrigadas
cobijas de peluche; escuchar algo de jazz, acompañada, desde luego,
de mi tierna gatita, “Michina”; y disfrutar de tan precioso
fenómeno natural.
Veo
cómo en las películas la lluvia se torna en una gran aliada. Y por
eso me alegra ver la escena donde Gene Kelly en “Cantando bajo la
lluvia”, parece ser el hombre más feliz del mundo, bailando claqué
y cantando bajo un torrencial aguacero. Y aunque luego se supo que
Kelly tenía 39º de fiebre mientras grababa esta maravillosa escena,
su interpretación sigue siendo aún más magistral.
Nada
más romántico para los enamorados que caminar en la lluvia, pues es
una magnífica cómplice para acercarlos y permitirles compartir el
techo de una sombrilla, que pareciera aislarlos del resto del mundo.
Pero
nada como el deleite y gozo que trae a los niños y niñas saltar
todo tipo de charcos, sus botas de caucho parecieran darles poderes
extraordinarios de libertad. De hecho, debo confesar, que, a veces,
me gustaría hacer lo mismo, pero mi mundo adulto, al que pertenezco
ya hace varios años, no me lo permite.
También
me divierte el desfile de las distintas clases de paraguas, algunos
más sobrios, bonitos y elegantes que otros, todos dicen algo de sus
dueños.
En
fin, me fascina tanto que no me canso de admirarla y agradecer todos
los días de mi vida, a Dios y al universo entero, por tan precioso
regalo que alegra mi espíritu; y alimenta, las flores para
admirarlas, las plantas para nutrirme y los árboles para
abrazarlos.
Disculpen,
amables lectores, con indulgencia tan excesivo romanticismo, pero es
lo que la lluvia me inspira.